Hace muchos siglos, cuando el mundo aún despertaba entre sombras y frío, los humanos vivían temerosos de la noche. No conocían el fuego, y las estrellas eran su único refugio luminoso. Se decía que en las entrañas de la tierra dormía un espíritu cálido, una chispa divina custodiada por los dioses, capaz de dar vida, calor y esperanza.
Un día, una mujer llamada Valeria vio caer un rayo sobre un árbol seco. En lugar de huir, se acercó. Entre el humo danzaba una pequeña llama temblorosa. Valeria la protegió entre piedras y hojas, y por primera vez el fuego no destruyó: iluminó. Así, el fuego pasó de los cielos al corazón humano. Desde entonces, su luz se convirtió en símbolo de fe, unión y transformación.
Miles de años después, en las montañas de Antioquia, esa chispa volvió a renacer. En 1985, Javier Humberto Medina Medina decidió darle forma a la luz a través de la cera, el color y la fe. Así nació la Velería Antioquia, una empresa creada no solo para fabricar velas, sino para iluminar vidas.
Cada vela que sale de su taller lleva en su llama la memoria de aquel primer fuego: el que unió a la humanidad con el cielo.
Porque en cada destello hay esperanza, en cada llama hay oración, y en cada luz encendida, un corazón que vuelve a creer.

